La calma de tus rizos morenos al viento.
Tu belleza por fuera y tu luz por dentro.
Quién quiere más que tu sencillez,
tu dulzura y esa ingenua honradez
que cautiva a fuego lento,
sin saber por qué.
Eres el reflejo de lo que estaría bien.
Del no necesitar más que a una chica
que haga de tu mundo un lugar más claro,
más lúcido y más lozano,
entre sonrisas y cafés.
Tu alma impoluta como tu tez.
Tu timidez adorable,
de vez en vez
cuando te sonrojas y miras para abajo,
como una niña de diez.
Tus pupilas son claras como el cristal,
como una nao a la deriva
sin más estandarte que la bondad
y un mascarón de gominola dulce y viva,
azucarada y pura,
sin más destino que algún día llegar
a quién sabe donde y quién sabe por qué,
en espera de algo que caliente, sin más.
Navegas ingenua entre los días,
arrullando a desalmados sin saberlo,
cicatrizando heridas con la miel que destilas.
Mueves el viento entre las sombras
como eje del huracán que provocas,
donde las rachas de tu propio perfume no se notan.
Agonizan los segundos, derritiéndose en tu espera
como oro, como cera,
como la nieve que derrites ignorante al pasar.
Nada es más que tú, tampoco menos,
pero en ningún sitio se reposa como en tu cielo.
Mientras nosotros aquí, adolescentes en celo,
pronunciando tonterías fabricadas con esmero.
Quiero perderme en el prado de tus ojos,
verdes como la hierba húmeda de primavera,
que cubras el frío que hace aquí, y tanta espera
buscando a alguien parecida a ti, que seas pionera
del fuego y las risas sinceras
tras este largo invierno,
un recodo tú y yo donde olvidar lo de fuera...
Quererte y que me quieras.
Cuídate, y no dejes que nadie borre esa preciosa sonrisa de tu rostro, que libera a gente como yo del día a día y del odio, ni que nadie nunca haga empapar esos ojos, tan claros y tan hermosos. Que tu luz no se apague y que mirarte siga siendo un gozo.
Con cariño de un aficionado al verde Esperanza de tus ojos.