Es otoño en las avenidas de mi alma. El cariño se me desborda y se vierte como mermelada de melocotón: dulce e intenso en su suavidad. La realidad repiquetea en mis párpados como una lenta lluvia de nata y nieve.
Las manos en los bolsillos, hojas secas lloviendo melancólicas en mi regazo. La vista a lo lejos, en el horizonte de la ciudad, como mirando la belleza del mar ondulando y lamiendo los puentes.
El silencio como revulsivo del tráfico, entre alamedas vacías y personas abrigadas. Cada mirada un islote sobre el marrón acaremelado del lecho de hojas.
Un paso detrás de otro, y a la espalda solo carmín y risas. Lo aterciopelado de la sencillez es lo que llega al confín de mis sentimientos, lo que besa con dulzura mi piel y le desea reponerse, allá en el fondo de mis emociones donde ni el silencio es inquisidor.
Mucha tinta y las manos manchadas de tierra, polvo de ese que no puede cazarse sino al vuelo de lo cotidiano.
Hojas secas de arce en las suelas y una bahía en la retina.
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