14/5/12

Ida de olla metafísica


   Entrada sólo apta para quienes tengan ganas de leer y un criterio propio decente, por su alto contenido en estupideces desmoralizantes.


   Mucho se ha hablado del proceso al que los hombres suelen mirar con más pavor: la muerte; pero no suele hacerse de forma fría y razonada, sin permitir interponerse a sentimientos ilógicos. Bien es cierto que la existencia de un fin otorga a nuestra vida un carácter precioso, al limitar las acciones y el disfrute posible, otorgándole a cada instante un tinte de irrepetibilidad que engrandece cada momento. Pero a su vez con la presencia de la muerte se incurre en una paradoja ciertamente letal para el espíritu inocente: el hecho de que todos nuestros logros y experiencias, en definitiva, de que todo para lo que nos ha servido la vida se vaya a ver reducido a nada con la defunción de uno impone un aura asfixiante de irrelevancia a todo lo que se haga. La consecución de tu sueño personal y del aprecio de media humanidad, así como el torbellino de pasión y calidez en el que puedas vivir junto al amor de tu vida no habrán servido para nada cuando todo se desvanezca, y por ello tampoco tienen ningún valor en el momento en que suceden. La presencia ulterior de la muerte hace que los instantes de felicidad momentánea no sirvan para nada, no tengan una utilidad deseable. A fin de cuentas, ¿cuál es el valor de la utópica felicidad que el ser humano tanto ansía? Ninguno. Produce un sentimiento en el cuerpo humano interpretado desde nuestra cultura como ‘bienestar’ y después desaparece. Una sensación sin ninguna utilidad definida.

   Así pues, el resultado de cada decisión será igual de irrelevante que su contrario. Perder el amor por el que suspiras o conseguir conquistarlo son dos caras de una misma moneda destinada a precipitarse al vacío y disolverse. A posteriori, y por extensión en cada momento de esta carrera en círculo que es la vida, nada supone algo por lo que luchar, dado que nada perdura y todo termina por evaporarse antes o después, y lo que no perdura al final no es más que una nada sin trascendencia.

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