2/10/12

Arlequín mental

   ¿Para qué ser si no ser es más sencillo? Cualquier persona se empeña en crecer, en evolucionar y mejorar: en ser, tener y conseguir más. Tanto empeño de autosuperación sólo para vivir... Qué tonterías ser tú mismo o fingir sabiendo que vas a no ser relativamente pronto.

   Al enfrentarte cara a cara con el entorno éste te señala tus carencias sin piedad ninguna... Qué poca cortesía por su parte. ¿Qué es lo que se le ocurre entonces a las personas normales? Suplir sus carencias. ¡Qué ilógico! Después llegarán otras, y otras, y otras; y si aprendes a ser feliz con ellas -o simplemente eres perfecto- la monotonía, la rutina y la desidia acabarán por consumirte como a una cerilla que ve como se va quemando poco a poco.

   Ser una persona pensativa conlleva infelicidad. Esa eterna búsqueda de lo perfecto -qué ingenuidad, desconocer los estragos de una hipotética carencia de fallos- mina la determinación de casi cualquiera (ilusos aparte). Hay un pesimismo inherente a toda mentalidad objetiva producto de descubrir tus propias incapacidades, y ese pesimismo reclama convertirse en eje vital. Qué engañado hay que estar para negarle lo que pide.

   Lo peor de la introversión es que te obliga a que el centro de tu vida sea algo que no merece ni una ojeada: tú mismo. Si la vida fuese justa me correspondería la deriva en el mar de la despreocupación tanto ajena como propia. Pero mi propia personalidad no me permite elegir y me mantiene encadenado a la preocupación por mi repugnante yo. No es que me dé asco por lo que soy, sino por estar tan bombardeado con la idea de mí, por estar encerrado en una sala de espejos. Tengo mi reflejo tan visto que me produce náuseas. Es curioso, porque a mis zapatillas también las tengo vistas y no me caen mal (y esto no es una metáfora). Será que con ellas tengo la opción de retirar la mirada.

   La evasión me recuerda el motivo por el que me evado. En el fondo da igual, porque aún evadido cualquier punto al que mirara me recordaría el vacío de todo lo que huele a existencia.

6 comentarios:

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  2. El esfuerzo por mejorar no conlleva necesariamente la superación de unas carencias. Hay un momento en la vida que, aun sabiendo que tarde o temprano morirás, te das cuenta de que sin metas, sin algo que te empuje hacia adelante en tus peores momentos, no tienes nada.
    Y sí, el vacío existencial puede corromper tu alma: puede hacer que te plantees cosas terribles, que el miedo a abrirte a los demás o a dejar que otros te conozcan se convierta en una losa sobre tu espalda que te haga sentir la necesidad de evadirte.
    No obstante, desde los albores de la humanidad, ha quedado demostrado que el ser humano es una criatura social, y por tanto, necesitamos de los otros para sobrevivir.
    Por poco que nos guste a los que somos introvertidos, llega un punto en que la soledad que antes podía satisfacernos ya no es suficiente. Echamos de menos algo que poco hemos conocido, y es entonces cuando nos damos cuenta de los errores que cometimos por el camino, de la gente que dejamos atrás por nuestra inseguridad y soberbia.
    Ya no es tanta la importancia de esforzarnos por progresar como la de la esperanza de que el día de mañana las cosas sean mejor. Porque la esperanza es mil veces más poderosa que el miedo, por ello, una dosis de optimismo es la mejor vacuna contra los días de sombra.
    Aunque me haya enrollado un poco en la contestación, la verdad es que me ha encantado el texto.
    P.D. ¡Se me olvidaba! Pensar demasiado sí es un problema, y de los gordos. Yo todavía combato a diario para intentar dejar de racionalizarlo todo, y me cuesta horrores.
    P.D.2. Siento lo del comentario borrado, ha salido un error raro.
    Un saludo ;)

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    1. Antes de nada: a mí me ha encantado el comentario.
      La verdad es que el hecho de no tener metas lo enmarcaba dentro de las carencias, como una imperfección o un defecto. De ahí que lo centre todo en la superación de carencias, porque la falta de horizontes es justo lo que más me lastra... Junto a la obtención de esa esperanza tan necesaria para avanzar día a día es precisamente lo que me cuesta horrores a mí, hasta el punto de ir perdiendo la partida. No puedo evitar sentir como si me estuviera engañando, verme como a un ilusionista que saca algo por lo que luchar de la chistera y tener la convicción de que todo es el placebo de una mente desesperada.
      Creo que lo máximo a lo que aspiro es a la visión de la vida como algo neutral que simplemente pasa, sin aditivos. Indiferencia, lo llaman algunos. (¿Cómo puede ser desalentadora la indiferencia si sientes pura indiferencia? Probablemente por contraposición con el ideal optimista de "La vida es dulce" que imparte la sociedad de consumo...)
      En cuanto a lo de la socialización, sí que soy consciente de que es algo imperativo, pero es otro de mis talones de Aquiles. Se intenta, pero los obstáculos no escatiman en tamaño.
      Tengo que probar lo de dejar de racionalizarlo todo, suena prometedor y creo que no me costaría mucho (creo, seguro que peco de ingenuo).
      Buen@s días/tardes/noches :D

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  3. La última frase de 'aún evadido cualquier punto al que mirara me recordaría el vacío de todo lo que huele a existencia', me ha encantado.
    Y que decir de tu comentario, mil gracias por cada una de las palabras y mil gracias por haberte pasado, de verdad.
    Un besote enorme!

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  4. ¿Cómo puede ser que tantos años después de Schopenhauer todavía nos dure su pesimismo? Me recuerda a la razón por la que Matrix no es un paraíso para el ser humano: también necesitamos del dolor.

    Dicho esto, y aunque hace cuatro añitos de esta entrada, casualidad tras casualidad he vuelto a acabar aquí, y ya que estoy, pues te comento mi punto de vista:

    Sí, de repente un día tomamos conciencia, ¿y qué es todo esto? El mundo ya está hecho a nuestro alrededor y la simultaneidad nos hace percibirlo imparable. De repente te paras a pensar, sabiendo no como certeza, sino como conocimiento resultado de nuestra toma de conciencia, que un tal Dios no existe (tal y como se cree en "él", al menos) y te encuentras con la más que desalentadora verdad: cuando muramos, ya está. Y todo lo de antes, va a dar igual.

    Esto es una de las mayores verdades que conocemos, o que al menos, podemos intuir "muy fuerte". Pero, ¿quiere esto decir que no merezca la pena vivir? Pues ahí es donde entra el señor vitalista por excelencia, Nietzsche, y los existencialistas como Sartre o Kierkegaard: la vida, reducida a su mínimo, es tuya. Tómala y haz con ella lo que te plazca. No pienses en qué imagen tiene el resto del mundo de ti, eso no importa en absoluto porque al final nadie de vosotros va a vivir 200 años. Todos tenemos complejos y barreras, de eso yo sé un poco, y también sé que no están fuera. Las mayores barreras las construimos ladrillo a ladrillo desde dentro de nuestra propia cabeza, y una vez que, por cualquier razón, le hacemos un agujero, la sensación es tan embriagadora que solo podemos terminar echándola abajo.


    Quizá ya cambiaste tu perspectiva, pero por si acaso no, aquí te dejo esta, que no es mía de mí, sino mía gracias a muchos otros. Un saludo y a cuidarse (si eso).

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    1. Hola, Raúl :)

      A una conclusión de ese estilo llegué después de leer a Camus un par de años después. Siendo sincero, en la época en que escribí esto tenía una depresión de caballo que aún hoy me sorprende haber superado sólo.

      Un gusto que sigas pasándote y opinando por aquí.
      Un abrazo.

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