Hace tiempo que algún angel caído me sugería la idea de no idear.
Consumido por la abstracción y el temor a la violencia de sentirme útil, decido apartarme del foco. Esta vez sabiendo que la temperatura ambiente no me congelará, aunque sí consciente del frío que aguarda en el segundo plano.
Quien sabe si no volveré llorando en un acto reflejo a la fría luz de lo existencial, pero sólo hay una forma de comprobarlo, y no tengo mucho más que perder que la vergüenza.
Quieren y quiero (quizá porque quieren) que salga a escena, verme mantenido en ella y que me alegre porque la presión del entorno me ahogue. Bueno, quizá disfruten con lo segundo, pero me bajo del escenario y doy rienda suelta a los instintos, escupiendo a quien me desagrada y lanzando piropos soeces a quien lo hace insanamente bien. Ahora deliro entre enfermedades propias de animales pero el foco no me marea ni me deslumbra.
Describo mi casa sin conocer sus rasgos: me cortan la luz cada vez que me levanto de la cama. Trato de distinguir los bordes y aristas de las cosas que yo mismo he adquirido pero las veo desenfocadas, y la vista no se me aclara. Dicen que a todos les pasa lo mismo, debe de ser que los ojos encuentran dificultades para enfocar desde tan cerca.
Al otro lado del muro la gente que pasa me reclama que haga lo que a cada uno les conviene, lo que dicen creer mejor para mí. Son tantos que aunque contente a uno defraudo a tantos otros que el efecto positivo de mi acción se diluye entre las protestas de los demás. Pues para que todas mis acciones acaben disolviéndose entre puntos de vista, lo que parece inevitable, para eso no actúo y dejo que mi parte animal me domine, que es la única que me susurra al oído trazos de felicidad de oídas.
Lástima del esfuerzo que me ahorro y que caerá en saco roto, como todo lo demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario